Cada vez que logro conectarme con ese mundo natural llamado bosque, a través de una simple y sencilla caminata, el detenerme y observar en silencio, confabulado con los sentidos de mi cuerpo, me doy cuenta que mi estructura está formada por las mismas partículas de una roca, del agua, del mismo suelo, del aire que circula constantemente, del árbol y su madera, de cada insecto, anfibios, aves y de cada partícula de esa red maravillosa y oculta que conecta un mundo lleno de vida, llamada hongos. Bajo este punto, la naturaleza puede verse como un todo, correctamente.
Sin embargo, la realidad de nuestro actuar diario, lleno de pequeños impactos, nos coloca en una disyuntiva. ¿Somos capaces de sopesar la importancia y trascendencia de estos impactos hacia nuestro nicho natural?
Como seres orgánicos, somos capaces de ir creando y guardando imágenes, cargadas de emociones, novedosas, intrigantes, oscuras y claras. Con cada recuerdo rememorado, la empatía se despierta y toma fuerza.
Es evidente que necesitamos urgentemente un cambio educativo, en lo referente a lo sensorial, para volver a descubrirnos como seres físicos y mentales completos, que somos parte de un intrincado y delicado mundo natural, si rompemos un eslabón, claramente nos perjudicamos a nosotros mismos.